Seguía nevando y me cansé de estar rodeado de gente.
La música y el movimiento constante de bocas y labios que se movían articulando más y más palabras me hizo sentir extrañamente aturdido. Hotaru bailaba o hablaba con personas a las que no me apetecía acercarme. Pensé que podría encontrar a la Mujer de Nieve en la calle y salí. Algunas frases del cuento volvieron a mi cabeza igual que antes: “Hablaron más los ojos que los labios y aprendieron más el uno del otro con las miradas que con las palabras”. Mi decisión de salir a la calle era completamente irracional pero aún así me parecía lo más conveniente en ese momento. Afuera hacía frío y yo estaba en camisa. Observaba marcas de neumáticos en el suelo blanco o huellas de personas. Comparaba el tamaño de las pisadas y especulaba sobre el peso de las personas que habían dejado su sello en la calle nevada.
Al cabo de un rato empecé a tiritar: Me sentía como un conejo y su doble encerrado en una habitación blanca y gélida.
Extrañada por mi ausencia Hotaru salió fuera, me cogió de la mano para meterme dentro de la casa y telefoneó para que viniera un taxi mientras buscaba mi abrigo. Después, bajo la luz cenital del recibidor de la casa, pronunció sus primeras palabras tras haberme visto en la nieve y me preguntó:
- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo, Sezume?
Su rostro se dibujaba completa y extrañamente blanco debajo del halógeno. Yo le respondí:
- Creo que tengo miedo…
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