martes, 16 de febrero de 2010

3 semanas después


Tres semanas después Sezume Ikeda escribe en un papel:

Utilizan palabras. 

A veces son  vocablos incomprensibles. Palabras que hay que abrir como un pantalón o una falda para buscarle las costuras y dobladillos que corresponden a los sintagmas y verbos empleados. Son personas desconocidas que se cruzan por la calle y no se han visto. Personas desconocidas que se escriben o se esconden en un océano de palabras. Tal vez en una fotografía desenfocada que establece, con el otro, un paralelismo (o tal vez espejismo) de geometría clásica, euclidiana; una figura simétrica, en su higiénica composición, difícil de descifrar entre el tejido borroso de frases que se caligrafían día a día y que, con frecuencia, no se diferencian. Personas que aún no se han mirado por la calle. 

Una figura equilibrada entre los pasos que se dan sobre la acera. Eso es: 

Con las manos agarradas al paraguas.

Un paso detrás de otro.

Junto a la luz de un escaparate que ilumina los rostros en penumbra.


Utilizan palabras. Y las palabras se convierten en cuerpos con calor bajo el abrigo, bajo el algodón de la camisa. No se observa ese cuerpo ni se siente el algodón de la camisa o el calor de la piel debajo del algodón. Después esas palabras vuelven a ser palabras, sólo eso. Sucede en casa, y nadie sabe aquello que pretenden o anhelan traducir. Es preciso sobrevolar a estas personas y dudar de lo que escriben. 

martes, 26 de enero de 2010

11

(Nota:
Léase escuchando la canción del final)

Ahora solamente hay palabras y los fantasmas, igual que la fiebre, entran en casa sigilosamente. El sonido de la fiebre está subiendo y su murmullo, otra vez más, se convierte en palabras, todo se transforma en palabras aquí.

Dentro.

En mi cabeza.

En estas páginas.


Sucede desde que estuve bajo la nieve.

Ahora el sentido de suspensión de la realidad aumenta,  se amplifica dentro de mí, me hace flotar. Esa sensación de flotar es semejante al de una nube en medio de esta habitación. En momentos así los fantasmas o, más bien, el fantasma, el suyo, entra en casa. Su fantasma entra en casa sin que pueda darme cuenta.

Entra cuando Hotaru no está, lo hace a través de palabras.

Así, lo hace así:

 

La electricidad tiene un sonido propio y es parecido a la corriente constante de la fiebre dentro de un cuerpo. Ese sonido suele ser continuo aunque a veces no lo es. El sonido propio de la electricidad (por ejemplo el de la corriente que alimenta la bombilla de una lámpara de lectura) se parece en mucho al ruido debido a su carácter casi permanente (el ruido, por otra parte, es muy parecido al miedo).

Ese ruido me acompaña desde la adolescencia o desde cuando estudiaba en la universidad (por ejemplo al llegar tarde a casa después de haber bebido una combinación de sake barato y cerveza Asahi de oferta. Cuando buscaba que alguien me dijera que estuviera tranquila o era yo quien, buscando una boca, decía a otra persona: No te preocupes, no tengas miedo).

Entonces, sola, me metía en la cama y escuchaba.

Durante esas noches, de vuelta a casa, descubrí el sonido de la electricidad. Identifiqué esa monotonía asonante como uno de los códigos que emplea el ruido para tomar posiciones dentro de nuestra conciencia y de ahí pasar a las zonas más oscuras de algo que ya no es entendimiento y que se transforma y muta dentro de nuestro cerebro, en nuestra percepción del ruido de fondo que hay en las cosas.

Ese ruido que lo es todo.

En aquel tiempo, el sonido de la electricidad consiguió un espacio en mi interior. Se convirtió en un sentimiento de inquietud no definida pero que, de alguna forma desde entonces, traduce o saca a flote algo que ya estaba dentro. Ese sonido es semejante al uso de las palabras que, si soy sincera, son artefactos que producen claustrofobia en el flujo de pensamientos, en los deseos.

Los deseos.

Nada tiene que ver esto con el sonido de la electricidad en la infancia. En realidad, entonces, no existía ese ruido, no era percibido porque las emociones aún no habían sido programadas para la intranquilidad o el sentimiento de estar dentro de una caja propios de la edad adulta. La electricidad en aquel tiempo era algo físico, algo que se traducía en luz, en la alimentación del aparato de televisión o radio, en el escalofrío y en el temblor más bien caliente que producía la electricidad cuando de niña metía los dedos en un enchufe y me provocaba una sensación de calambre o cortocircuito emocional, algo definitivamente erótico y extraño en la niña que era yo, sorprendente para una niña, una niña con los ojos absortos en la pared, con la mirada puesta en esos dos agujeritos fascinantes del enchufe donde, más allá de ellos, tenía lugar algo relacionado con la luz y la energía y la muerte.

La muerte siempre ha sido algo hipnótico. 


Así entran las palabras de un fantasma dentro de tu cabeza, así lo hacen.

Sigilosamente.

Igual que la fiebre.

Son eso.

Fiebre.

Una alucinación que se amplifica dentro.

Dentro de mí.

En la cabeza.

A veces en otros sitios de mi cuerpo.

lunes, 18 de enero de 2010

10


Todo se transforma en palabra. Todo se transforma en una palabra.

9


Seguía nevando y me cansé de estar rodeado de gente.

La música y el movimiento constante de bocas y labios que se movían articulando más y más palabras me hizo sentir extrañamente aturdido. Hotaru bailaba o hablaba con personas a las que no me apetecía acercarme. Pensé que podría encontrar a la Mujer de Nieve en la calle y salí. Algunas frases del cuento volvieron a mi cabeza igual que antes: “Hablaron más los ojos que los labios y aprendieron más el uno del otro con las miradas que con las palabras”. Mi decisión de salir a la calle era completamente irracional pero aún así me parecía lo más conveniente en ese momento. Afuera hacía frío y yo estaba en camisa. Observaba marcas de neumáticos en el suelo blanco o huellas de personas. Comparaba el tamaño de las pisadas y especulaba sobre el peso de las personas que habían dejado su sello en la calle nevada.

Al cabo de un rato empecé a tiritar: Me sentía como un conejo y su doble encerrado en una habitación blanca y gélida.

Extrañada por mi ausencia Hotaru salió fuera, me cogió de la mano para meterme dentro de la casa y telefoneó para que viniera un taxi mientras buscaba mi abrigo. Después, bajo la luz cenital del recibidor de la casa,  pronunció sus primeras palabras tras haberme visto en la nieve y me preguntó:

- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo, Sezume?

Su rostro se dibujaba completa y extrañamente blanco debajo del halógeno. Yo le respondí:

- Creo que tengo miedo…

martes, 12 de enero de 2010

8


         En el cuarto de baño de la fiesta pensé sobre el miedo que siente una persona metida en el rectángulo de una maleta de viaje.

Luego me dije:

Miedo es estar con toda esta gente aquí bailando. Esa gente que está fuera del cuarto de baño, en la sala de estar, sobre la alfombra, con los zapatos quitados y bebiendo o esnifando. Toda esta gente que parece que me quiere y que parece que yo quiero. Toda esa gente que me tiene miedo o a la que yo tengo miedo.

El miedo es una emoción que consiste en meterme en el cuarto de baño y escribir estas palabras en una libreta. Miedo es meterme y pensar que no estás: Salir del cuarto de baño y pensar que no estás tú o que un fantasma me tome de la mano aquí dentro y no me deje salir.

Sí, tengo miedo de esas personas que se ríen y que cocinan o se hacen rayas mientras miran como cae la nieve desde la ventana. Un copo detrás de otro. El miedo es como calentar agua para hacer el té o, simplemente, todo eso que no haces y deseas hacer o querrías no pensar. Miedo significa miedo hacia esas personas que tienen bigote postizo o que rasuran su sexo y se lo miran con un espejito de mano o que, sencillamente, se ponen peluca o una máscara en una fiesta. Miedo es pedirle a un fantasma que me tome de la mano mientras bailo.

En realidad, tengo miedo a que lo que he dicho sea lo que he dicho en realidad.


 

viernes, 8 de enero de 2010

7


Al día siguiente nevó.

Estábamos en una fiesta y todos nos pusimos a mirar por las ventanas cuando empezaban a caer los primeros copos. Al rato me aparté del grupo y encendí el ordenador portátil. Los demás seguían mirando hacia fuera mientras alguien ponía música. Yo entraba en diferentes sitios y ojeaba textos o fotografías sin mucha atención. Al final encontré unas frases que alguien había escrito unos días atrás en su página personal.

Algo familiar me llamó la atención:

Fundamentalmente veo mujeres con maleta. Más mujeres con maleta que hombres con maleta. Mi caso es complicado: Tengo una maleta comprada recientemente en una tienda de Ginza pero no consigo saber qué poner dentro aparte de un cepillo de dientes, tubo de dentífrico y algo de ropa interior. No sé si meterme yo dentro y quitarme la ropa interior y agarrar fuerte el cepillo de dientes y el tubo de dentífrico y esperar a que suene el teléfono para espantar el miedo o bien salir a la calle con la maleta aunque esté lloviendo y me moje.

Dejé de leer y apunté la dirección de la página en una libreta.

Mientras tanto seguía nevando y no todo el mundo estaba junto a la ventana. Hotaru conversaba con Ukari y de vez en cuando bailaba. Observé el rostro de Ukari que, a veces, parece tan ausente y tan lívido como el de una aparición. Pensé en el cuento “La mujer de nieve” mientras bailaba y recordé algunas frases del relato:

En fin, tuvieron una agradable conversación en la que, sin embargo, hablaron más los ojos que los labios y aprendieron más el uno del otro con las miradas que con las palabras”.

Después pensé en el miedo, en el terror o la tranquilidad que provoca el rostro blanco de O-Yuki, la mujer de nieve,  y en sus labios azules sobre el rostro blanco, esa cara glacial igual que la de un fantasma. Pensé en la persona fantasma a quien acababa de leer y que escribía desde algún lugar de Tokyo en algún otro momento y cuyo único objetivo parecía, por el momento, ahuyentar el miedo.

 

jueves, 7 de enero de 2010

6

Ayer llegó a casa muy temprano, a las cuatro de la tarde. Llovía. Se quitó el vestido y se quedó en ropa interior. No se deshizo de sus calcetines porque decía que tenía los pies fríos. Entonces encendí la calefacción. Hotaru paseaba por casa medio desnuda hasta que se puso una camiseta de rayas y se dedicó a mirar por la ventana.

Miraba hacia fuera y sonreía.

De la calle venían ruidos de coches y la voz del hombre que suele vender frutas y verduras en un pequeño puesto debajo de la ventana del segundo piso. Hotaru hablaba de la necesidad de pintar las paredes de casa y decía que estaba pensando en comprar unos billetes para viajar en verano a Europa. Decía que quería volver a Londres y pasear por Shoreditch y observar los ciervos de Richmond Park.

Mientras tanto yo estaba escribiendo. Escribía sobre las palabras que son ruido, igual que Kawamura. O sobre palabras que son miedo.

Después quiso hacerlo y no supe cómo reaccionar. Me llevó a la habitación donde no había dormido la noche anterior y lo intentó pero yo no pude.

Yo pensaba en palabras. En palabras que, por ejemplo, nadie comprende o que, sencillamente, se convierten en interferencias. También estaba con la cabeza en otras cosas. Por ejemplo, en mujeres con maleta por la calle.

He visto muchas mujeres con maleta en los últimos días.