Tres semanas después Sezume Ikeda escribe en un papel:
Utilizan palabras.
A veces son vocablos incomprensibles. Palabras que hay que abrir como un pantalón o una falda para buscarle las costuras y dobladillos que corresponden a los sintagmas y verbos empleados. Son personas desconocidas que se cruzan por la calle y no se han visto. Personas desconocidas que se escriben o se esconden en un océano de palabras. Tal vez en una fotografía desenfocada que establece, con el otro, un paralelismo (o tal vez espejismo) de geometría clásica, euclidiana; una figura simétrica, en su higiénica composición, difícil de descifrar entre el tejido borroso de frases que se caligrafían día a día y que, con frecuencia, no se diferencian. Personas que aún no se han mirado por la calle.
Una figura equilibrada entre los pasos que se dan sobre la acera. Eso es:
Con las manos agarradas al paraguas.
Un paso detrás de otro.
Junto a la luz de un escaparate que ilumina los rostros en penumbra.
Utilizan palabras. Y las palabras se convierten en cuerpos con calor bajo el abrigo, bajo el algodón de la camisa. No se observa ese cuerpo ni se siente el algodón de la camisa o el calor de la piel debajo del algodón. Después esas palabras vuelven a ser palabras, sólo eso. Sucede en casa, y nadie sabe aquello que pretenden o anhelan traducir. Es preciso sobrevolar a estas personas y dudar de lo que escriben.
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