jueves, 24 de diciembre de 2009

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Está lloviendo. Está lloviendo todos los días.

Hace unos minutos iba en un taxi y observaba las luces borrosas que se podían ver a través de las ventanillas del coche. Era un puzzle de colores donde se mezclaban imágenes de escaparates encendidos y maniquíes ausentes con locales de pachinko o karaoke abiertos hasta el amanecer. La mano enguantada del taxista en el interior confortable y cálido del automóvil contrastaba con el hombrecito verde del semáforo en posición estática bajo la lluvia.

Desde el taxi miraba la calle que se quedaba atrás en el rectángulo irregular de los retrovisores. Veía coches de policía y relojes que marcaban las 4.42 am y después las 4.43. Había gente caminando de vuelta a casa o buscando un after, una sauna. Eran sombras de personas sin nombre que caminaban por la calle. Sombras confusas. Sólo eso. Otros automóviles salían de Shinjuku en dirección hacia Jimbochó y nos adelantaban en una bruma borrosa y acuática carente de nitidez. Sentía el sonido de la lluvia en los cristales y una tristeza colosal que se movía suavemente dentro de mí. 

 

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